Bienvenidos al teatro de la locura, donde la entrada sólo cuesta la razón.
El hospicio abre sus puertas, expandiendo la mente y sincronizándola con la realidad, aquella que pocos se atreven a observar.
Los radares conectados a nuestro planeta saludan y aplauden.
En este espacio, la locura es entendida como un estado de conciencia espiritual.
El público se acerca a divertirse, pero en los recónditos espacios del espíritu, el espectador va al teatro a reencontrarse consigo mismo.
Por eso entendemos al teatro como ritual de reencuentro comunitario, un tiempo en que juntos nos proponemos reconocernos como realmente somos.
El actor atraviesa una acción puente, entre el mundo físico y el metafísico.
Bienaventurados los partícipes de esta aventura, apta para cualquier tocado mental.
Y aunque nos fuercen a abandonar nuestra tierna locura, siempre habrá una revolución, por parte del prójimo que tengamos al lado, que continúe nuestro capítulo.
El teatro es eterno.
“Los locos son los olvidados del mundo, por eso intentamos este tímido rescate, como una botella al mar, como una post data urgente”.
El teatro de la locura
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